Orgullo y prejuicio

Hablamos de que para que una historia sea interesante ha de haber un problema, un conflicto que resolver. Porque la felicidad no es interesante para aprender; sólo la superación de los problemas lo es. Tampoco, por tanto, es interesante narrativamente, para contar historias. Porque lo que queremos saber es cómo se las va a arreglar el personaje para salir de ésta o para superar este problema, cómo va a luchar, cómo va a superarse, a aprender. Así pues, una historia de amor interesante ha de ocurrir en torno a un conflicto difícil de solucionar. En el mundo de Jane Austin era casi siempre la clase social. Los prejuicios sociales van cambiando con las épocas y son unos u otros en distintas sociedades, pero no nuestra manera de enfrentarnos a ellos. El rechazo que el propio personaje siente hacia esa atracción por quien considera socialmente inaceptable y los movimientos de distanciamiento y acercamiento son lo que construye la tensión de la historia. Y la de Orgullo y prejuicio es perfecta.
No entusiasmó la novela, sin embargo, a todos. A ningún chico (pero me niego a aceptar sin más que Orgullo y prejuicio sea literatura para mujeres) y a algunas chicas dejó bastante fríos, por no decir directamente que disgustó. Hubo crítica hacia la noñería, decían, de la época, hacia el lenguaje complicado, hacia la insistencia en diseccionar y analizar cada menor gesto hasta la obsesión.
Se reían mucho de que, por aburrimiento o por lucirse, dos mujeres decidieran en cierta escena “dar vueltas a una habitación”.
Pero quedémonos con lo bueno. Algunos (vale, ¡vale!, lo acepto: algunas), que temían la decepción porque habían visto diferentes versiones en cine que les encantaban, porque sus expectativas eran altísimas, no sólo no se decepcionaron, sino que vieron confirmada su admiración por esta historia y por esta obra, la canónica, el canon de las historias de amor de nuestros tiempos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Recomienda este blog!