Orgullo y prejuicio

Hablamos de que para que una historia sea interesante ha de haber un problema, un conflicto que resolver. Porque la felicidad no es interesante para aprender; sólo la superación de los problemas lo es. Tampoco, por tanto, es interesante narrativamente, para contar historias. Porque lo que queremos saber es cómo se las va a arreglar el personaje para salir de ésta o para superar este problema, cómo va a luchar, cómo va a superarse, a aprender. Así pues, una historia de amor interesante ha de ocurrir en torno a un conflicto difícil de solucionar. En el mundo de Jane Austin era casi siempre la clase social. Los prejuicios sociales van cambiando con las épocas y son unos u otros en distintas sociedades, pero no nuestra manera de enfrentarnos a ellos. El rechazo que el propio personaje siente hacia esa atracción por quien considera socialmente inaceptable y los movimientos de distanciamiento y acercamiento son lo que construye la tensión de la historia. Y la de Orgullo y prejuicio es perfecta.
No entusiasmó la novela, sin embargo, a todos. A ningún chico (pero me niego a aceptar sin más que Orgullo y prejuicio sea literatura para mujeres) y a algunas chicas dejó bastante fríos, por no decir directamente que disgustó. Hubo crítica hacia la noñería, decían, de la época, hacia el lenguaje complicado, hacia la insistencia en diseccionar y analizar cada menor gesto hasta la obsesión.
Se reían mucho de que, por aburrimiento o por lucirse, dos mujeres decidieran en cierta escena “dar vueltas a una habitación”.
Pero quedémonos con lo bueno. Algunos (vale, ¡vale!, lo acepto: algunas), que temían la decepción porque habían visto diferentes versiones en cine que les encantaban, porque sus expectativas eran altísimas, no sólo no se decepcionaron, sino que vieron confirmada su admiración por esta historia y por esta obra, la canónica, el canon de las historias de amor de nuestros tiempos.

¿Qué es el amor?

¿Qué es el amor?
Hay amor entre madre e hijo, entre hermanos, entre amigos. Hay amistades muy apasionadas, como la que surge entre Meaulnes y Frank, el cómico, y hay amores, enamoramientos que parecen caprichos de niño consentido: quiero esto ¡y lo quiero y lo quiero! Está el amor de Ana Frank, tan real y breve.
¿Cuál es el verdadero amor? ¿El amor romántico…?
La palabra romántico viene de roman (palabra francesa que significa “romance”, es decir, “no en latín”, y novela: “que se escribía en lengua romance”). Es decir, que el amor romántico viene a ser un “amor novelesco”. Y quien hoy en día dice novelesco, dice de cine. El amor romántico es un amor de novela y de cine. ¿En qué se diferencia o no del amor real, no de novela o cine?
Sobre todo esto reflexionaremos durante el próximo trimestre: pasamos del YO (¿quién soy? ¿cómo soy? ¿cómo me construyo una identidad?) al TÚ, la búsqueda del otro, de ése cuya mirada me haga sentir más vivo, de ése que me haga por fin sentir completo.
Comenzamos con la lectura de la obra canónica, el canon, aquella que sirve de modelo (aun para rebelarse contra él, pero siempre de modelo, aun sin conocerla, pero siempre de modelo) de todas las historias románticas de nuestros tiempos: Orgullo y prejuicio.
Antes se casaba la gente por conveniencia o, en las clases populares, a menudo, por un embarazo. El amor, cuando se hablaba del amor, era eso de lo que habló Jesucrito: el amor al semejante y al ser humano, un amor no egoísta, no posesivo, lo que nos une. Siempre existieron las pasiones y el deseo de poseer, pero no se llamaban amor.
En inglés tenemos I love you para hablar de este amor no posesivo y I want you para referirnos al deseo posesivo y normalmente sexual. En español, aunque el Te amo existe, ha quedado prácticamente relegado a un uso literario, y siempre decimos Te quiero. Se pierde la variedad posesivo-no posesivo. Hemos de reflexionar sobre esto.
Entonces vino el Amor Cortés, el amor tipificado por los poetas cortesanos de la corte de Aquitania en el siglo XII, y revolucionó el concepto de amor: adoración por la dama (que no tenía por qué ser soltera), pasiones contradictorias y encontradas (sudor frío, fuego helado), caballeros que han de cumplir gestas que dedicar a su dama... Sin embargo, seguía estando muy lejos de la vida real y cotidiana de las personas; era más bien un estilo literario.
Calixto y Melibea, Romeo y Julieta, Don Quijote y Dulcinea… Luego el Romanticismo (el Romanticismo como movimiento cultural) con su énfasis en la pasión, en la presencia de lo irracional, en la fuerza de la naturaleza...
Jane Austen escribió historias de amor en una sociedad muy rígida de normas irrompibles, muy conservadora y puritana, la Inglaterra de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Las fronteras entre clases sociales eran casi imposibles de traspasar, las señoritas no eran libres y su objetivo en la vida era hacer un buen casamiento. Lo que aprenderemos será que para que una historia de amor sea interesante, novelescamente hablando, sus héroes han de encontrarse separados por dificultades casi insalvables. La clase social, el propio orgullo, un pasado que pesa sobre el presente… Hoy en día estas barreras que hacen una historia interesante son otras, claro está, pero la estructura de la historia sigue siendo la misma: los amantes han de reunirse salvando una o muchas dificultades. ¿Cuáles son esas barreras que han de superar hoy en día los amantes?
Atenderemos a los tópicos y motivos que se repiten en un intento de comprender que en gran medida nuestra idea del amor romántico es producto de la literatura, el cine, la televisión, la publicidad. Todo eso nos impregna, cala en nosotros y finalmente, muy a menudo, dejamos de comprender y ver la realidad en pos de algo que es un constructo, que nunca alcanzaremos porque no es real, y que, sin embargo, estropea lo que sí tenemos, lo que nos rodea, lo que ya, de hecho, es nuestro.
También disfrutaremos, de acuerdo, chicas y chicos… disfrutaremos de esas historias románticas tan bien contadas y más, cómo no, de Orgullo y prejuicio, la madre de todas ellas.

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